Todas las familias nos vamos a decepcionar y también nos vamos a herir. Por eso nuestros hogares, deben estar llenos de perdón y del deseo manifiesto de que nada nos va distanciar.
A pesar del gran amor que nos tenemos como familia, en los momentos difíciles perdonar no será fácil. Puede ser que hayan menospreciado nuestro amor, que no hayan valorado la entrega que tuvimos por ellos, o bien, que nos hayan maltratado en una discusión. Lo cierto es que debemos perdonarlos, porque de no hacerlo nos vamos a distanciar, y esto producirá un dolor profundo. Si no perdonamos, terminaremos solos, aislados, distantes de los que amamos y llenos de resentimiento. Debemos perdonar a pesar de los sueños no cumplidos, y las promesas rotas. Debemos perdonar para tender puentes que nos conduzcan a la reconciliación. Es posible que sea difícil pedirle perdón a alguien que nos ha herido demasiado, pero hacerlo nos llenará de paz.
El perdón no lo otorgo porque la otra persona cambió o me pidió perdón, perdono para recobrar mi salud emocional y así dejar de vivir como esclavo del pasado. Es el perdón el que me permite recobrar la alegría de vivir y la ilusión de seguir amando. Cuando hemos perdonado: dejamos de juzgar a la otra persona, no la señalamos más, renunciamos a los deseos de venganza y recobramos el amor que habíamos desaparecido.
El perdón no es fácil de comprender, muchas veces estamos esperando “sentir el deseo de perdonar”, pero eso es imposible, porque el perdón no es un sentimiento, el perdón se decide, y se sostiene en el tiempo hasta que sanen las heridas que llevamos por dentro. Quien se beneficia al perdonar, es quien lo otorga. Es una experiencia que se vive en lo personal, en lo íntimo y tiene como fruto la paz que anhelábamos.
El perdón es la decisión de romper la lista de las acusaciones que tengo contra la otra persona. El fruto del perdón se da cuando pienso en lo que ocurrió, y en ese momento me doy cuenta de que ya no duele, que la herida cicatrizó y soy libre del dolor que me ataba al pasado. Se requiere voluntad, decisión y perseverancia para sostener el perdón en el tiempo, porque el perdón es un proceso.
Ante la ofensa, la decepción, la traición y la desilusión, el perdón es la única forma de sanar la herida y recobrar nuestra capacidad de amar. Es lo que nos permite restaurar la relación, soltar el pasado con su dolor, facilitar el reencuentro, y recobrar la armonía en la familia. Nadie dijo que sería fácil vivir en familia, pero si insistimos en amarnos tal cual somos, nos aceptamos con nuestras virtudes y defectos, y decidimos que nada nos separará, algo extraordinario se pasará en casa, y nuestros hijos, al crecer, desearán repetir la historia.
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